JOSE Dominó y caballos
Alto, pálido, cutis cetrino, de prominente nariz ganchuda, melena rubio sucio, abundante y enrulada, blanqueada con canas; barba de 6 dias, dientes amarillos de fumador intenso, del mismo color que sus dedos de la mano izquierda, porque en la otra empuñaba permanentemente una copa de ginebra a medio llenar. Soltero, nunca se le conoció compañía femenina, salvo una hermana con la que vivía. Desgarbado como si le pesaran los hombros. Prominente nariz ganchuda. Vestía rigurosamente de pantalón, saco y corbata. Toda la vestimenta mostraba signos de muchas batallas perdidas. Algunas manchas recordaban su última comida.
Era periodista en un matutino local especializado en turf. Un gran burrero que memorizaba La Fija, publicación semanal dedicada a las carreras y conocía absolutamente el pedigrí de todos los caballos. Dos veces a la semana se corrían carreras en Palermo y San Isidro.
Nos conocimos en el Club del Orden de mi ciudad, a 500 km. De Buenos Aires donde funcionaba dos veces a la semana una sub agencia del Jockey Club local coincidentes con los grandes eventos en los hipódromos citados.
Al principio, estas se escuchaban por radio y más adelante por un canal de televisión. Los boletos adquiridos a dos pesos cada uno en la agencia improvisada, alentaba la esperanza de los jugadores que arriesgaban su capital a las patas de un burro al que le conocían sus antecedentes por los comentarios en el diario hechos por José, además de una fotografía borrosa.
A pesar de que la ciudad contaba con un buen hipódromo propiedad del Jockey Club, José jamás iba por considerar que en él solo corrían matungos.
Su edad era indefinida, entre 40 y 60 años. Yo era muy joven, 17 ó 18 años y de entrada sentí por él una curiosidad que se transformó en admiración cuando llegamos a tener algo parecido a la amistad. Era difícil ser amigo de una persona que no cabía en ninguno de los parámetros conocidos. Jamás hablaba de su vida privada salvo de su trabajo en el periódico. Y de las piruetas que debía realizar después de la primera semana del mes en la que quedaba absolutamente seco y debía cambiar de itinerario de su casa al club para eludir a sus acreedores. Un día comentó que ya no le quedaban caminos alternativos y debería venir por los techos. En el club coincidíamos todos los días, a la hora del aperitivo, después de almorzar para tomar un café y luego del trabajo hasta la noche. En ocasiones cenábamos junto con otros amigos y mi padre.
El tema de conversación de él, por supuesto, eran los caballos. Su lugar de trabajo quedaba en la vereda de enfrente del club y en cierta medida estando en él estaba trabajando. Su otra pasión, secundaria, era el dominó y lo jugaba maravillosamente bien acompañándolo con tantas llaves (1) que eran capaces de tumbar un burro aunque, en realidad, nunca lo vi ni siquiera mareado. ( posiblemente fuese su estado natural ) De los siete días de la semana, cinco transcurrían de esta manera y los dos restantes en que había carreras, José se transformaba.
Normalmente amable y dicharachero, matizando su conversación con increíbles agudezas y dichos populares (generalmente burreros) , en esos días entraba en trance. Se lo notaba distante, apenas saludaba y me parece verlo aún hoy tocando cariñosamente la última Fija que llevaba doblada en uno de los bolsillos del saco y a la que consultaba con frecuencia. Era absolutamente un especialista del rubro. Nadie sabía ni remotamente lo que él y permanentemente trataban de obtener algún dato que él daba con su habitual generosidad.
Tenía público que le seguía siempre los pronósticos publicados por él en el Diario, con bastantes aciertos. Menos él. Una vez publicados sus pronósticos su cabeza inquieta seguía evaluando otros imponderables.
Ya no se trataba de los ascendientes directos de los caballos sino de sus abuelos, la temperatura ambiente, la humedad del piso de la pista; informes confidenciales que el conseguía directamente con los cuidadores de los stud y otros varios que hacían que cambiara su evaluación anterior y se jugaba todo a su nuevo pronóstico. Y perdía siempre, invariablemente. Tenía argumentos para justificar su error fundamentándolo de manera muy convincente. Los otros jugadores que ganaban al seguir sus datos anteriores lo escuchaban con sonrisas contenidas, mientras tocaban en el bolsillo los pesitos ganados , e invitaban a cenar al más exitoso y seco de los pronosticadores.
Por razones de trabajo hace muchos años que me ausenté de la ciudad y lo perdí de vista. Dondequiera que estés, es mi deseo que se cumplan tus pronósticos aunque siempre quedé en la duda si lo que te hacía feliz era ganar ó vivir todo el entorno que trae aparejado el mundo del turf.
(1) Se refiere a la Ginebra Llave
Autor. Benito R. Pastori
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